domingo, 13 de octubre de 2013

"Demonios Liberados"

Tiró la ropa al suelo y se paró frente al espejo de cuerpo entero. Se odiaba, detestaba tener esas caderas, ese cuerpo que, a pesar de todos los métodos implementados, que podían haberse considerado hasta abusadores, seguía igual.
No se conformaba, quería pesar esos anhelados treinta kilos que la llevarían a la gloria... cueste lo que cueste.
Quería verse flaca, y eso iba de la mano de veinte kilos menos. Se dejó caer de rodillas en la frialdad de los azulejos blancos que constituían el suelo y se inclinó ante la fuente de lamentos, mejor conocida como inodoro. Expulsó los escasos nutrientes consumidos ese día: un cuarto de manzana.
Se comprometía, se había metido en aquello y saldría, con vida o no... pero con su peso deseado.
Hizo su mejor esfuerzo para vestirse, lavar su cara y arreglarse el cabello; se miró al espejo, incluyó en la palidez de su tez una sonrisa, esa que siempre llevaba en su cara, esa que ocultaba tantos sentimientos.
Llegó a casa, o como ella sentía, cuatro paredes blancas de rincones vacíos. Como de costumbre, nadie se encontraba allí, y aunque lo estuvieran, la casa seguiría totalmente vacía.
Tomó el filo de un sacapuntas, que últimamente era su único mejor amigo, y dejó que hiciera su trabajo. Dibujó con él en sus muñecas, antebrazos y muslos. Ayudó su propósito con un frasquito de pastillas para dormir y una botella de vodka que en un suspiro quedó totalmente vacía.
Un líquido espeso, pegajoso y ajeno recubrió cada parte de su cuerpo: sangre. Quedó sumida en un dolor agudo.
No le importaba, no quería nada más, dejó de darle importancia a ese dolor y comenzó a pensar en desaparecer. Eso quería, desaparecer, ser invisible, ocultarse.
Cerró los ojos, se sumió en un mar de tranquilidad, ese dolor que había sentido durante sus quince años, que no había cesado ni un momento, allí dio fin. Descansó por fin en paz.

Fin.

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